Guerreros vikingos e intensidad

Los berserker (también ulfhednar) eran guerreros vikingos que combatían semidesnudos, cubiertos de pieles. Entraban en combate bajo cierto trance de perfil psicótico, casi insensibles al dolor, fuertes como osos o toros, y llegaban a morder sus escudos y no había fuego ni acero que los detuviera.[1]​ Se lanzaban al combate con furia ciega, incluso sin armadura ni protección alguna; hasta se ha testimoniado el caso de que se lanzaban al agua antes de tiempo desde un drakkar y se ahogaban sin que nada se pudiera hacer.[cita requerida] Su sola presencia atemorizaba a sus enemigos e incluso a sus compañeros de batalla, pues en estado de trance no estaban en condiciones de distinguir aliados de enemigos*

 

Cuando nació mi hijo le apodamos Grillo por una asociación tonta entre su diminutivo y su hermana mayor al pronunciarlo. Pero en poco tiempo lo cambiamos por berserker. Porque aunque suene fuerte decirlo, mi hijo entra en un trance destructor/histérico cada vez que ocurre algún cisma en su corta vida.

Siendo bebé el cisma era no meterle el biberón a tiempo en la boca, lo que provocaba gritos histéricos y de muy elevada intensidad a intempestivas horas de la madrugada (desde aquí agradezco a mis vecinos que me aguanten y, sobre todo, que no hayan llamado a servicios sociales pensando en que andábamos destripando al susodicho). Después venía la intensidad por no poder dormir a pesar del sueño que tuviera, así que otros 45 minutos de paseo+nanas+palmaditas hasta que caía en brazos de Morfeo (el del sueño, no el de Matrix).

Ahora que tiene año y medio algunas crisis las vamos solventando sin tanta intensidad pero el momento «noche y hambre» sigue siendo apoteósico (de verdad que lo siento vecinos). Hasta que llegan los virus. Este fin de semana la intensidad ha sido tan extrema que la que acabó llorando fui yo. Dos horas y media de llanto inconsolable en intensidad máxima y con unos gritos que ríete tú de la Callas, acabaron con mis ya machacados nervios.

El lunes el pediatra nos dijo que tenía una otitis de caballo, así que normal que se quejara. Y aparece la culpa, esa pequeña perra asquerosa que desde que nace un niño, vive agazapada para darte un estrujón de vez en cuando. ¿Y por qué apareció? preguntaréis, pues muy fácil: porque no ser capaz de calmar a tu propio hijo, el desesperarte y gritarle te hacen sentir una mierda.

Que es normal, que todos nos desesperamos, pero cuando es algo como esto, la sensación es peor, como si fueras un fraude como madre. Vale, que nadie nace aprendido, que hay que ir ajustando cada día porque no hay dos niños iguales y cada uno tiene sus cosas. Y ajustas, respiras e intentas seguir hasta la siguiente crisis. Te planteas el luchar las batallas según vayan viniendo y mandar a la culpa por el balcón.

Y luego viene la parte que te rompe los esquemas y te saca de tu miseria: la sonrisa de mi niño. Esa sonrisa pícara y medio desdentada, como queriendo decirme «tranquila, mamá, que vamos bien».

*fuente Wikipedia.

10 Comentarios

  1. Mi pequeño, el tercero, bebé de alta demanda, me hace pasar mínimo por un momento de esos al día. Y viene la culpa como bien dices, pero sólo somos personas y ellos nos quieren pese a nuestros momentos de «si empieza a llorar otra vez me tiro por el balcón». La parte buena es que los niños así, tan intensos, lo son tanto para lo malo como para lo bueno, y cuando se ríen te contagian por muy agotada que te hayan dejado antes. Ánimo.

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  2. Puff, la culpa, yo creo que va asociada a la maternidad, suerte que con sus sonrisas y miradas consiguien que desaparezca. A mi me ha costado perdonarme muchas veces por no darme cuenta que estaban pachuchas o por perder los nervios, en fin por suerte me di cuenta que nadie nace sabiendo y poco a poco vamos mejorando.

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  3. Ningún bebé viene con un libro de instrucciones debajo del brazo y los padres y madres no son super héroes que estén a tope todo el día. Todos tenemos nuestros momentos y la falta de paciencia hace acto de presencia de vez en cuando para luego pasar factura en forma de culpa y remordimientos. Sin embargo, lo importante es ir aprendiendo unos de otros día tras día. Besos!!

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  4. La culpa… Entre que nosotras mismas nos ponemos el listón muy alto y la sociedad que espera que seamos madres perfectas lo único que conseguimos es vivir en tensión constante. Tenemos que ser adivinas, traductoras de llantos, curanderas…
    Menos mal que nuestros hijos saben la verdad y con una sonrisa nos dicen «lo haces muy bien, lo mejor que puedes»

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